Estudiar cine es algo muy bonito, sí, algo maravilloso. De cine, nunca mejor dicho. Y más aún en mi caso, estudiar guión. Escribir esas historias que tienes en la cabeza para la pequeña o gran pantalla. Aquella fue una etapa inolvidable en mi vida, donde tuve la suerte de trabajar en varios cortometrajes (véanse en la sección de este blog “Cortometrajes de Emcharos”) y poco después en una productora de cine y TV sevillana, con el guión de una serie.
Pero claro, no todo reluce en la vida del guionista. Es una profesión alta complicada a la cual dedicarse, y somos muchos los que al final tenemos que trabajar en otra cosa bien distinta a nuestro oficio. Lo que pasa es que el que es guionista es guionista aquí y en Pekín. Y eso puede ser una satisfacción o un peligro, según se mire.
Un guionista carnicero, por ejemplo. Ese carnicero no te va a apuntar el precio de una pechuga de pollo en el papel donde viene envuelta. Seguramente te pondrá: La batalla ha finalizado. La pechuga de pollo ha sido derrotada por los pinchitos morunos. Ahora la pechuga es expulsada del reino… ¡¡para siempre!!
Pongamos ahora el ejemplo del guionista camarero. Esa familia dominguera que espera impaciente la cuenta en el restaurante. Y cuando se la trae el camarero en su platito, y la lee el cabeza de familia: Tres cervezas = un trío de rubias prostitutas. Cuatro Coca Colas = una banda de negros rabiosos. Una ensaladilla con cuatro tenedores = una mujer blanca en peligro. Cuatro tapas de caracoles = muchos cuernos. Total de la cuenta = un barrio conflictivo de Nueva York.
El guionista carpintero puede ser también un caso, más todavía si encima es creyente y te pone escrito en una silla recién hecha: Jesús fue también carpintero… ¡¡y yo conozco su verdadera historia!! ¡¡La conoceréis próximamente en estreno en la mesita de noche!!
O el guionista fontanero, ese fontanero que llegue al baño inundado de un piso, y de buenas a primeras se monte encima de la bañera, emocionado y gritando: ¡¡Soy el rey del mundooooo!!
Y el que sea guionista butanero, ya sabéis que no sólo va a pregonar el típico “butanoooo", sino que además añadirá: ¡¡Butanooooo, escena uno, exterior calle díaaaaa!! ¡¡El butanero se baja del camión!! ¡¡Butanooooo, escena dos, exterior calle, díaaaaa!! ¡¡El butanero se coge una bombona llenaaaa!!
Contratar a un guionista albañil también puede acarrear sus problemas, cuando en vez de construir una casa adosada te construya un plató de televisión. O un guionista pescador, que se olvide de pescar atunes y doradas y se obsesione con ir a la caza del Tiburón de Spielberg. Y el colmo sería ya un guionista pintor de brocha gorda, que cuando te esté pintando una tapia te escriba en ella con letras grandes: ¡¡Yo escribí “JACA AL CABALLO” y ningún productor me lo compró!! ¡¡CABRONES!!
Verdad es que el futuro del guionista es incierto, pero visto lo visto, no sólo es incierto con el guión, sino además con el resto de las profesiones que elija. Ahora Emcharos deja de escribir en su blog. Apaga el ordenador. Se levanta de la silla y se marcha de su estudio a tomar una cervecita al bar. FIN.
Pero claro, no todo reluce en la vida del guionista. Es una profesión alta complicada a la cual dedicarse, y somos muchos los que al final tenemos que trabajar en otra cosa bien distinta a nuestro oficio. Lo que pasa es que el que es guionista es guionista aquí y en Pekín. Y eso puede ser una satisfacción o un peligro, según se mire.
Un guionista carnicero, por ejemplo. Ese carnicero no te va a apuntar el precio de una pechuga de pollo en el papel donde viene envuelta. Seguramente te pondrá: La batalla ha finalizado. La pechuga de pollo ha sido derrotada por los pinchitos morunos. Ahora la pechuga es expulsada del reino… ¡¡para siempre!!
Pongamos ahora el ejemplo del guionista camarero. Esa familia dominguera que espera impaciente la cuenta en el restaurante. Y cuando se la trae el camarero en su platito, y la lee el cabeza de familia: Tres cervezas = un trío de rubias prostitutas. Cuatro Coca Colas = una banda de negros rabiosos. Una ensaladilla con cuatro tenedores = una mujer blanca en peligro. Cuatro tapas de caracoles = muchos cuernos. Total de la cuenta = un barrio conflictivo de Nueva York.
El guionista carpintero puede ser también un caso, más todavía si encima es creyente y te pone escrito en una silla recién hecha: Jesús fue también carpintero… ¡¡y yo conozco su verdadera historia!! ¡¡La conoceréis próximamente en estreno en la mesita de noche!!
O el guionista fontanero, ese fontanero que llegue al baño inundado de un piso, y de buenas a primeras se monte encima de la bañera, emocionado y gritando: ¡¡Soy el rey del mundooooo!!
Y el que sea guionista butanero, ya sabéis que no sólo va a pregonar el típico “butanoooo", sino que además añadirá: ¡¡Butanooooo, escena uno, exterior calle díaaaaa!! ¡¡El butanero se baja del camión!! ¡¡Butanooooo, escena dos, exterior calle, díaaaaa!! ¡¡El butanero se coge una bombona llenaaaa!!
Contratar a un guionista albañil también puede acarrear sus problemas, cuando en vez de construir una casa adosada te construya un plató de televisión. O un guionista pescador, que se olvide de pescar atunes y doradas y se obsesione con ir a la caza del Tiburón de Spielberg. Y el colmo sería ya un guionista pintor de brocha gorda, que cuando te esté pintando una tapia te escriba en ella con letras grandes: ¡¡Yo escribí “JACA AL CABALLO” y ningún productor me lo compró!! ¡¡CABRONES!!
Verdad es que el futuro del guionista es incierto, pero visto lo visto, no sólo es incierto con el guión, sino además con el resto de las profesiones que elija. Ahora Emcharos deja de escribir en su blog. Apaga el ordenador. Se levanta de la silla y se marcha de su estudio a tomar una cervecita al bar. FIN.
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