Piropo… Piropo… Qué
nombre más bonito tienes. Cómo gusta mencionarlo a boca llena. Que no se cansa
uno nunca de repetirlo. Piropo… Pero,
¿quién nació contigo? ¿Con quién saliste a la calle por vez primera? ¿Quién oyó
tu primer susurro en el viento? ¿A quién dibujaste la primera sonrisa en su
cara? ¿A quién hiciste llorar de felicidad? ¿A quién pusistes colorá de la
noche a la mañana?
Hay tantos nombres que se me pasan por la cabeza… Tantas
posibles respuestas… Quizás fue la mirada de Lucía, esa mirada que se clava
como una espina en el corazón; una espina que no hiere, sino que quiere.
O los elegantes andares de Elena, que me llevan por los
caminos y las curvas de la locura, porque ya no se puede andar mejor.
No… Fueron los inocentes labios de Verónica los que me
impregnaron de besos de amor furtivo en mi adolescencia, y que todavía perduran
tatuados en mi boca.
Pero no puedo olvidarme de la dulce voz de María, esa voz
gitana que me cantaba bulerías a la vez que la madre luna dormía con su nana a
sus hijas las estrellas.
Y Teresa… Teresa
y ese largo pelo negro que ondeaba al aire realzando su bandera de mujer;
realzando como una mujer de bandera.
El perfume de Carmela, ese aroma en su piel que
embriagaba más que el mismísimo vino peleón, que hasta los bares se quedaban
vacíos para poder beber de tu incomparable esencia.
La sonrisa de Dolores, esa sonrisa capaz de alegrarte el
peor de los días, capaz de hacer que reluzca el sol entre tormentas y
nubarrones.
Rosario, abuela, tus piropos se vuelven fe y sabiduría de
muchos años vividos, de muchos años luchados, en tiempos donde más se tenía que
luchar.
Mercedes, ama de casa y más trabajadora que nadie, la que
levanta su hogar con unos buenos días y en las buenas noches cae rendida en su
lecho de despertares.
Esperanza, esa niña que quita el sentío saltando a la
comba mientras que a sus padres, abrazados, se les cae la baba al verla llena
de tanta vitalidad y energía con sus primeros saltos en la vida.
Tú que eres
madre, Isabel, que amas y sufres por tus hijos, que te quitas el pan de tu mano
para que a ellos no les falte de na; que muchas veces peleas y das la cara por
la sangre de tu sangre sin que te paguen con na.
Diana, que
sepas que no serás menos mujer aunque te vistas con harapos y te quedes sentada
en el suelo pidiendo una limosna. Que la que es mujer, aun sin pintarse y sin
el traje de sus mejores galas, es guapa, guapa y guapa.
El baile de
Luisa, su poderío de melodías taconeando y sus manos danzantes entre rumbas y
seguidillas; Irene, la que transita las esquinas de este puto mundo que la
rechaza y la discrimina; la palabra escrita de Rosa, flor de poesía sembrada en
páginas del más bello jardín; y Ana, tú no me llores porque estés malita,
porque mi piropo va también para ti; que el piropo no nació con Elena, ni
Lucía, ni Verónica; que no se hizo para María, Teresa, o Carmela, que no se
muere por los huesos de Dolores, Rosario, Mercedes, ni con los de ningún otro ser; que el piropo
nació con Dios, para que después lo hiciera mujer.
"Piropo", obra de Emcharos ganadora
del I Concurso de fotografía Juntos e Iguales. 2013.
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