
Aunque la fama de Nadie conoce a nadie, a decir verdad, viene de mucho antes. Del relato en que se basó la obra dirigida por Mateo Gil. Relato escrito por el autor jerezano Juan Bonilla y que está recopilado en su antología que lleva por título El que apaga la luz, publicada en 1994. Varios críticos literarios lo consideraron como uno de los mejores libros de relatos de la literatura castellana del siglo XX, por lo que tuvo una gran repercusión y éxito entre los lectores españoles e hispanoparlantes.
Después, vino la peli protagonizada por Eduardo Noriega, el terrible suceso en la Semana Santa sevillana y los dedos acusatorios sobre la historia de Bonilla llevada a la gran pantalla. Ya hablé en este blog de un caso parecido ocurrido con una novela de Stephen King llamada Rabia (http://emcharos2002.blogspot.com/2009/11/libros-prohibidos-6-rabia.html), donde un libro o una película terminan pagando injustamente los platos rotos en lo referente a un crimen o acto vandálico. Como si la novela o la cinta de video en cuestión tuvieran piernas y manos para llevar a cabo tales fechorías. ¿O tal vez tengan poderes para hipnotizar a la gente y así puedan cometer asesinatos a través de una persona?
Ni las películas, ni los libros, ni las canciones tienen por fortuna ese poder ni esa conciencia que sí posee el ser humano, libre a la hora de obrar de una manera o de otra. Es más, creo que no hay mejor ejemplo que el de Nadie conoce a nadie para hacer apología de que nunca hay que mezclar la ficción con la vida real. Así que dejemos ya de atacar a ficciones e historias imaginarias y enfrentémonos de una vez por todas a la cruda realidad, o lo que es lo mismo, a la cruda sociedad.
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