El luchar por un sueño significa también tener que dejar otros sueños, deseos o anhelos fuera de nuestro alcance. De sueños conseguidos y sueños perdidos trata el siguiente relato, escrito por la autora sevillana Maite Navarro, que estrena esta nueva sección de Emcharos 2002.
Estaba a punto de cumplir los cuarenta y había entrado en plena crisis. Desde hacía varios meses sentía que su vida no era plena. Tenía un buen empleo sí, después de tantos sacrificios por fin lo había conseguido. A pesar de los pocos años que llevaba en la profesión, era una forense de muy buena reputación, hasta había trabajado en varias ocasiones con los mejores del país y era admirada por muchos de sus colegas. Su sueño hecho realidad.
Pero sí ese era su sueño, ¿por qué no era feliz?, ¿acaso no había sido consciente de todo lo que sacrificaba en el camino para llegar a ser lo que era? Ella misma había escogido esa profesión, le había fascinado siempre todo lo que los muertos podían contar y hasta los trataba con cariño, como si todavía estuvieran vivos y pudieran notar en sus cuerpos fríos el suave tacto de sus manos mientras los desnudaba cuidadosamente.
Había abandonado su ciudad para irse a la mejor universidad, había dejado a su familia, había perdido casi por completo el contacto con sus amigos y había dejado en el aeropuerto al que fue durante mucho tiempo su gran y único amor. Pero él no estaba dispuesto a amarla en la distancia y ella no iba a permitir un amor que le exigía renunciar a su sueño. Y comenzó así una etapa de su vida, lejos de todo lo que amaba, feliz por estar haciendo lo que quería.
Jamás hubo otro hombre en su vida, ni lo buscó. Su tiempo era exclusivamente para terminar su carrera y empezar a trabajar lo antes posible. Estaba muy orgullosa de lo que había conseguido. Pero el tiempo había pasado demasiado rápido. Ahora echaba de menos el haber tenido a alguien con quien compartirlo todo, alguien que la estuviera esperando cuando llegara a casa, alguien en su cama junto a ella al despertar, alguien con quién celebrar cada aniversario, cada día sin más.
Frente al espejo, miraba su cuerpo desnudo y no entendía por qué no había aceptado nunca las numerosas proposiciones que muchos hombres le habían hecho. Aún seguía siendo una mujer muy atractiva. Tal vez nunca quiso olvidar a su primer amor, tal vez no pudo. Cada día que pasaba, se planteaba sí había sido acertada su decisión de romper esa relación. El había rehecho su vida, demasiado pronto- pensó ella entonces- pero ahora era un hombre felizmente casado, con su propia familia, con los hijos que ellos planearon tener en la parte trasera del coche de su padre, cuando después de hacer el amor, se quedaban desnudos abrazados, discutiendo sobre los hijos que tendrían y qué nombres les pondrían. Si al menos hubiese tenido un hijo, ahora no se sentiría tan sola.
Pero, ¿un hijo, de quién? Una vez le prometió a él, que sería el único hombre con el que quisiera ser madre, porque un hijo debe ser fruto del amor, del amor verdadero, del amor que ella sentía por él y le había jurado que era la verdad, mientras él, no paraba de besarla.
Todavía estaba a tiempo, sí, esa era la solución, debía ser madre. Eso era lo que le faltaba a su vida, un hijo.
(Continúa en la 2ª Parte).
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