¿Dónde quedó el amor verdadero? ¿A dónde fueron los besos que eran para toda la vida? ¿Los “te quiero hasta que la muerte nos separe”? ¿Quién escribe hoy los cuentos de hadas? ¿Las hermosas historias de dulces princesas y príncipes encantados? ¿Los finales felices comiendo perdices?
Me he levantado hoy escuchando la maravillosa música del maestro Yann Tiersen y pensando en el amor puro. El amor sincero y real, que existiera cientos de años atrás con Lord Byron y Beethoven, con Bécquer y Rosalía de Castro. El tiempo pasa, y los sentimientos también lo hacen. Y el amor se ha quedado hoy en día con el aberrante calificativo de “anticuado”.
Una amiga mía me dijo hace poco que vivíamos en la época de los “follamigos”. Amigos con derecho a roce y sin más compromiso que el carnal, ya me entendéis. Y llevan toda la razón esos “follamigos”. ¿Quién se atreve ya a enamorarse de verdad? ¿Quién es el valiente que está dispuesto a poner sus sentimientos y emociones en juego tal como está el patio? ¿Quién no teme al dolor del corazón, al vacío del alma, a las lágrimas cayendo en unas mejillas frías, que ya no tienen el calor de la persona que más amaba?
Claro está que todavía hay lugar para la esperanza. Hay gente que aún siente el extraordinario e imperecedero amor que Romeo le mostraba a Julieta a los pies de su balcón. Un amor difícil de encontrar, pero que se mantiene palpitando por las calles de nuestro barrio, nuestro pueblo o nuestra ciudad. El problema, amigos lectores, es que ese pálpito es tan pequeño, tan débil, que apenas lo podemos oír. Por más que uno preste atención, por más que se afine el oído, no llegamos a escucharlo bien del todo.
¿Podéis oír clamar a la tristeza, a la venganza, al odio, la muerte o a las injusticias? ¿Oís al niño que llora porque se siente solo? Seguro que sí. Pero… ¿oís al niño que vive entre nubes de colores porque ha conocido a una niña de sonrisa de caramelo? ¿Se oye a ese hombre mayor que tiene aún fuerzas suficientes para seguir amando? ¿Y a esa mujer maltratada por el puto amor buscando dejar atrás los caminos de espinas para adentrarse en caminos de rosas? ¿Los oís? ¿Escucháis su latir? ¿Lo escucháis de verdad?
Me he levantado hoy escuchando la maravillosa música del maestro Yann Tiersen y pensando en el amor puro. El amor sincero y real, que existiera cientos de años atrás con Lord Byron y Beethoven, con Bécquer y Rosalía de Castro. El tiempo pasa, y los sentimientos también lo hacen. Y el amor se ha quedado hoy en día con el aberrante calificativo de “anticuado”.
Una amiga mía me dijo hace poco que vivíamos en la época de los “follamigos”. Amigos con derecho a roce y sin más compromiso que el carnal, ya me entendéis. Y llevan toda la razón esos “follamigos”. ¿Quién se atreve ya a enamorarse de verdad? ¿Quién es el valiente que está dispuesto a poner sus sentimientos y emociones en juego tal como está el patio? ¿Quién no teme al dolor del corazón, al vacío del alma, a las lágrimas cayendo en unas mejillas frías, que ya no tienen el calor de la persona que más amaba?
Claro está que todavía hay lugar para la esperanza. Hay gente que aún siente el extraordinario e imperecedero amor que Romeo le mostraba a Julieta a los pies de su balcón. Un amor difícil de encontrar, pero que se mantiene palpitando por las calles de nuestro barrio, nuestro pueblo o nuestra ciudad. El problema, amigos lectores, es que ese pálpito es tan pequeño, tan débil, que apenas lo podemos oír. Por más que uno preste atención, por más que se afine el oído, no llegamos a escucharlo bien del todo.
¿Podéis oír clamar a la tristeza, a la venganza, al odio, la muerte o a las injusticias? ¿Oís al niño que llora porque se siente solo? Seguro que sí. Pero… ¿oís al niño que vive entre nubes de colores porque ha conocido a una niña de sonrisa de caramelo? ¿Se oye a ese hombre mayor que tiene aún fuerzas suficientes para seguir amando? ¿Y a esa mujer maltratada por el puto amor buscando dejar atrás los caminos de espinas para adentrarse en caminos de rosas? ¿Los oís? ¿Escucháis su latir? ¿Lo escucháis de verdad?
Ya, sé que no. Pero tenedlo siempre en cuenta. El pálpito existe, y está ahí para ser escuchado y no ignorado. Y para los que seguís ignorándolo, que seréis más que los que escucháis, os dejo que al menos oigáis buena música. Quizás os ayude a sentir claramente al oculto y verdadero amor, ese que tenéis más cerca de lo que pensabais. Oíd, oíd su incesante latir...
2 comentarios:
Gracias tío, hoy he disfrutado leyendote. Sé que soy un asqueroso por reconocer abiertamente que hacía tiempo que no leía ninguna entrada de blog interesante. De hecho creo que las mejores que he leído las has escrito tú, como esas en las que hablas de las extrañas vidas de escritores reconocidos. Conciso y muy apropiado, por si nadie te lo había dicho: Gracias otra vez. Podrías editar un librito tamaño cajetilla de cigarrillos con 10 mini páginas incluyendo este post y te aseguro que lo compraría aunque costase un euro por página.
Saludos colega.
Sé cuanto significa este testimonio para ti, es por eso que tus palabras llegan a estremecer.
El mejor camino es el que va hacia delante, sin perder la prudencia que nos llevó hasta él.
Saludos, compañero.
Mián Ros
Publicar un comentario