El
soldado García había descubierto por sorpresa a alguien extraño en la Base
Aérea de Morón. Alguien que no debía estar allí a aquellas horas de la noche.
Una oscura sombra que huía de él. García era nuevo en la base militar
moronense. Era su primera guardia nocturna. La noche y la extraña presencia le
pusieron muy nervioso. No dudó un segundo en empuñar su fusil e ir detrás del
extraño, ordenándole a gritos que se detuviera.
Su agónica
persecución le llevó hasta el pabellón de ocio. Allí no podría esconderse en la
oscuridad. García pulsó el interruptor nada más entrar. La primera planta del
pabellón se iluminó por completo. Allí estaban las mesas de billares, de póker
y de ping pong, los futbolines, las dianas electrónicas y las máquinas arcade
de videojuegos. Justo detrás de una de las mesas de billar, allí agazapada,
estaba la sombra que García buscaba. Una silueta pequeña, como si fuera la de
un niño.
El
soldado le mandó que saliera de su escondrijo para poder verle. De pronto, las
luces del pabellón se apagaron. García lanzó un grito de espanto. Estaba a
oscuras y muerto de miedo. Y ese miedo fue a más cuando la pantalla de la
máquina arcade se iluminó mostrando un juego bélico. Con la luz que transmitía
la pantalla, García pudo vislumbrar aterrado cómo las bolas de billar se movían
solas en la mesa, yendo de un lado para otro y chocando entre ellas; los
muñecos del futbolín también se movían solos, como si unas manos invisibles
estuvieran jugando una partida; los dardos eran lanzados con fuerza hasta las
dianas electrónicas, sin que aparentemente nadie fuera el encargado de tirarlos;
una pelota de ping pong iba de derecha a izquierda y viceversa en su mesa de
juego, como en una partida normal. Sólo que no era una partida normal, ya que allí
no había jugadores.
García
tenía ganas de escapar de ese maldito lugar, antes de que se volviera loco por
lo que estaba presenciando. Pero tenía un deber, una misión que cumplir. Y como
buen soldado, no podía abandonar. No podía rendirse, salir corriendo y llorando
como un cobarde. Volvió hasta la puerta de entrada y buscó a tientas el
interruptor. Cuando dio con él, se percató de que estaba apagado. Pulsó para
que las luces se encendieran… y se encontró de frente con la misteriosa sombra
que buscaba.
Era un
ser amorfo, de piel grisácea, que no medía más de 1,50 centímetros de altura.
Tenía una cabeza gigantesca, comparada con sus brazos y piernas delgados. Sus
ojos grandes, negros y ovalados estaban clavados en el soldado García. Estaba
inmóvil. Los dos estaban quietos como estatuas. El sudor bañaba el rostro de García.
Estaba tembloroso. Impresionado. Y muy, muy asustado.
De
manera inconsciente, levantó su fusil y apuntó hasta aquel extraño ser. Se
oyeron tres disparos. El soldado cayó arrodillado y se desplomó en el suelo. Lo
habían matado. Detrás de García, apareció uno de los sargentos de la base. Sujetaba
en su mano el fusil que acababa de disparar. Se quedó serio observando al ser
amorfo, como si fuera a regañarle por algo que no debía haber hecho. Sin dejar
de mirarle, se llevó su dedo índice a sus labios, en señal de silencio. En
señal de secreto. El ser grisáceo le respondió emitiendo una especie de risa nerviosa
que retumbó en las paredes del pabellón.
“La sombra”, relato
de Emcharos (Manuel Sánchez Ramos) finalista en el II Concurso de Microrrelatos
de Terror de Morón Información, en el año 2017. Todos los derechos reservados.
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