Querido diario:
Hoy te escribo por
última vez desde el Infierno. Supongo que te alegrarás por decidirme de una vez
por todas a salir de él. Lo necesito. Mi vida ya no tiene sentido alguno. Estoy
sola, completamente sola en mi duro caminar. Mis padres me abandonaron hace
tiempo, y nada desean saber de su hija. Me abandonaron a los cinco años, a los
seis, a los ocho, a los once, cuando más he necesitado del cariño, el apoyo, la
comprensión… Y a mis diecisiete años estoy ya cansada de todo y de todos;
cansada de que no miren por mí y mi felicidad; que no miren a mis ojos, a mi
interior; cansada de llorar todas las noches hasta quedarme dormida, soñando
con que mi historia tenga un ansiado final feliz, para despertar de nuevo
inmersa en mi interminable pesadilla.
Aunque a muchos les duela, quiero
aclarar delante de ti, mi diario, que me siento muy orgullosa por ser la mujer
que soy. No me importa lo que piensen mis padres, mis amigos o mis vecinas. Eso
nunca cambiará nada. Me encanta ser la mujer que soy. Me encanta pintarme
delante del espejo, sonreír a mi imagen reflejada aunque por dentro llore
desconsolada. Me entusiasma verme con mis vestidos, con mis tacones, mis
pulseras y posar como una modelo, dar mis paseos como en una pasarela de moda,
mientras un aluvión de flashes alumbran mi rostro ya de por sí iluminado por la
emoción. Adoro la idea de tener a mi lado a un hombre apuesto, comprensible,
atento, que me haga reír mucho y que me quiera y me dé todos los besos que
nunca antes me han dado. Desearía ser una buena esposa, que mi marido me
valorara como la mujer que soy, sin importarle mi pasado. Una esposa
trabajadora, luchadora, querida, que no se arrugue ante nadie y que defienda
sus derechos con uñas y dientes. Y quisiera ser también una buena madre, una
madre que supiera educar a sus hijos, que los sepa entender, que les haga
borrar de su vocabulario la palabra “imposible”. Quisiera para ellos la
infancia que yo no tuve, que fueran felices por como son y por lo que sientan,
y que supieran a cada instante que tienen a una madre para cualquier problema.
Lástima que todos esos sueños se
queden para mí en simplemente eso, sueños incumplidos. Pero tengo la fe de que
estas últimas palabras que aquí escribo antes de mi muerte queden grabadas para
siempre en la mente y en el corazón de mucha gente y sirva para otras chicas
como yo y para muchos padres. Una mujer es una mujer, da igual que se arregle
más o se arregle menos, se pinte más o se pinte menos, ya sea más coqueta o
menos coqueta. El verdadero espíritu de la mujer está por encima de todo eso,
ya se tenga el pelo largo o corto, que se vista con falda o pantalón, ya sea
una princesa o una sirvienta. Ya viva en el Cielo o en el Infierno, una mujer
sigue siendo una mujer, con sus virtudes, sus amparos, sus dolores, sus rosas,
su adoración, sus consuelos, sus remedios, y sobre todo, con sus esperanzas.
Con eso y más, una mujer sigue y seguirá siendo una gran mujer, aunque como me
pasa a mí, esa mujer viva atrapada en el cuerpo de un hombre. Y no por eso
nunca me he sentido menos mujer que nadie. Así lo he sentido desde que nací y
así lo sentiré mientras viva: aunque por fuera todos me vean como Alberto, por
dentro yo seguiré sintiendo el espíritu de Lucía.
A la memoria de
Leelah Alcorn (1997-2014)
“Diario de una mujer”, relato de Emcharos ganador del I Certamen Literario
Mujeres, organizado por PSOE de Brenes (Sevilla). 2015
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