No es oro
todo lo que reluce en la magia literaria de Harry
Potter, el gran éxito mundial de la autora inglesa J. K. Rowling. Y es que
no sólo ha sido una saga perseguida por millones de lectores y de fans
incondicionales, sino que también ha sido a la vez duramente acosada por la
religión. ¿El principal motivo? Que el famoso aprendiz de mago podría inducir
con sus textos al ocultismo, la brujería o incluso el satanismo.
De hecho,
en países tan diversos como Estados Unidos, Emiratos Árabes, Grecia o Bulgaria,
varios grupos religiosos (protestantes, católicos, ortodoxos) han llevado a
cabo una dura campaña para que se prohíba la venta de los libros de Harry Potter, y menos aún que se permita
su lectura en colegios o institutos, para salvaguardar a los más pequeños de un
contenido que les puede llevar al mal más abominable. Como repulsa a la obra maestra
de Rowling, estos mismos grupos han realizado en plena calle hogueras con
ejemplares de Harry Potter, argumentando
que como con todo acto brujeril, lo más correcto es que esas páginas terminen
siendo presa del fuego de la condena. Algo inaudito que suceda esto en pleno
siglo XXI, aunque ya sabemos que la actual Iglesia se estancó en siglos atrás
con muchas ideas y pensamientos.
A pesar
de que se sigan produciendo esas prohibiciones y hogueras religiosas, no han
mermado la fama que, para bien, siempre se le ha sido reconocida a Harry Potter, sobre todo por incitar a
la lectura a muchísimos niños y mayores que nunca les ha gustado leer o que no
habían cogido un libro en su vida. Niños y mayores que, después de leerse la
saga al completo, ninguno le ha dado por meterse a bruja y realizar conjuros
mágicos o a hacer pactos con el Diablo para conseguir la juventud eterna. Digo
esto para que esos grupos “antipotter” se puedan quedar tranquilos y las
hogueras las dejen mejor para la Noche de San Juan. Y sin libros de por medio.
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