La
siguiente escena de la obra maestra de Roberto Benigni, La vida es bella (1997), es
un claro ejemplo de que por muy mal que estén las cosas, por muy feas que se
pongan, siempre habrá un lugar para la felicidad, el amor y la ilusión.
Simplemente hay que saber encontrarlos, como así hace Guido en un entorno tan hostil
para un judío como era por entonces la época nazi. Hoy en tiempos de crisis,
somos muchos los que deberíamos aprender de este personaje cinematográfico, y
que a pesar de tantos pesares, la vida sigue siendo bella.
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