viernes, 30 de marzo de 2012

Chicotá

Memorias del viejo costalero del Cristo de la Vera – Cruz. Recuerdos que se hacen vívidos e imborrables.

Cuando la Semana Santa se acerca a Brenes; cuando el Viernes Santo está a la vuelta de la esquina; cuando ya puedo oler el incienso y la cera que impregnan las calles; los nazarenos verde y blanco en fila y en silencio; la Cruz de Guía abriendo paso a la cofradía...

Mi memoria no ha envejecido tanto como mi cuerpo. Todavía me veo ahí, cuando apenas era un chiquillo, con mi faja y mi costal sin estrenar. Rodeado de tanta buena gente, más costaleros que, como yo, quieren llevar consigo al Cristo de la Vera – Cruz. Mi Vera – Cruz... Daría lo que fuera por volver a vivir aquella primera chicotá, por estar otra vez contigo, tan cerca de ti, para llevarte a los Cielos cuando el capataz dijera ¡a esta es! Sentirte muy dentro de mí, siendo tu sudor mi sudor; tu dolor mi dolor; tu sangre mi sangre.

Esa primera vez que uno sale de costalero no se olvida tan fácilmente, por muchos años que pasen. Y si además, eres costalero del Cristo de la Vera – Cruz... Madre mía, ¡qué cosa más grande! Yo ya me podía morir tranquilo gritando a los cuatro vientos: ¡he sacao a mi Cristo de la Vera – Cruz! Con eso, nada más (y nada menos) que eso, ya sería el hombre más feliz del mundo.

Después de aquella primera vez, vinieron muchos Viernes Santo más. Muchos Viernes Santo de alegrías, emociones y orgullo veracrucista. También llegaron Viernes Santo en que el llanto se derramaba como la lluvia al caer. En esos malos momentos, nos abrazábamos llorando desconsolados, como el que pierde a buen amigo al que no verá más. Eso sí, siempre nos quedaba el mismo y esperanzador consuelo: otro año será.

Así fueron pasando los años, y fuimos pasando nosotros, de jóvenes a mayores. Mi último Viernes Santo, al contrario que el primero, fue el más triste. El más doloroso. Yo no quería que aquello acabara. No quería que mi Cristo entrara en la iglesia, para no poder sacarlo más. No quería que La Saeta dejara de sonar en la banda de música. Mi Vera – Cruz entraba lentamente en la iglesia, pero volvía a salir a la calle ante el aplauso de su pueblo. Se volvía a meter, pero todavía no quería irse hasta el año que viene, no nos quería dejar. Y otra vez estaba en la calle. Hasta que al final, el paso entró en nuestra parroquia para no salir más en esa mágica noche. ¡Ahí queó!, gritó el capataz. Ahí quedó mi último Viernes Santo. Ahí quedó mi faja y mi costal. Ahí quedaron mis lágrimas de pena. Ahí quedó mi última chicotá…

Podréis leer este relato al completo en el libro de Emcharos “Cuentos de Semana Santa” (Ed. Bubok), con descarga gratuita en ebook: http://www.bubok.es/libros/814/Cuentos-de-Semana-Santa


No hay comentarios: