martes, 14 de febrero de 2012

Javier Villafañe, el cuentista andariego

Existen escritores que poseen la asombrosa habilidad de poder contar grandes historias sin la necesidad de coger lápiz y papel o sin teclear letras en un ordenador. Porque estos escritores escriben con la voz. Es la voz su lápiz, su pluma, o su teclado. Es la voz del cuentista, un oficio hoy en día que está en peligro de extinción, como los lobos en los frondosos bosques.

Uno de los cuentistas más conocidos en España y en América Latina fue el argentino Javier Villafañe. De niño ya le entusiasmaban los cuentos populares que le narraba su madre o los poemas que le oía recitar a la gente en la calle, y fue ahí donde se empezó a aficionar por el arte de contar historias y recitar poesía. Este entusiasmo se unió a su pasión por los títeres, de los que no se perdía ningún espectáculo que se realizara en su Buenos Aires natal y querido.

Con el paso del tiempo, su amor por contar historias y por los títeres aumentó hasta tal punto que tenía decidido que a sus 24 años quería ser titiritero. Dicho y hecho. El joven Javier se hace con una vieja carreta tirada por caballos a la que llama “La Andariega”. Con ella viaja con sus títeres por toda Argentina primero, para después actuar en otros países sudamericanos como Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay, así hasta atravesar el charco hasta España. Además de cuentista y titiritero de gran éxito y de ser un ejemplo a seguir para muchos otros titiriteros, Villafañe fue también todo un trotamundos. Un estilo de vida que siempre le encantó vivir.

Muchas de sus historias nacían de lo que escuchaba a los demás, sobre todo a los niños, los más propensos a la hora de inventar cuentos o leyendas. A partir de ahí, Javier daba rienda suelta a su imaginación narradora para perfilar gracias a su voz sus relatos poéticos para los más pequeños, como Don Juan Farolero, Los sueños del sapo o Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote. Con estos relatos poéticos quiero puntualizar que el artista jamás dejó de lado la poesía, recitando además poemas propios como El gallo Pinto.

Javier Villafañe se llevó toda su vida de aquí para allá, contando cuentos y recitando poemas junto a sus inseparables títeres, ya que cuando lo dejó definitivamente contaba con 75 años. En 1996, a la edad de 87 años, fallecía en su país uno de los últimos y más reconocidos cuentistas. Hay quien dice que Villafañe no murió solo, sino que se llevó consigo un oficio, un modo de vida, un arte del que ya apenas quedan supervivientes. El arte de escribir historias con la voz.


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