miércoles, 1 de febrero de 2012

Especial Libros prohibidos: Playboy

Puede que nunca nos hayamos dado cuenta, pero nosotros, los hombres, hemos tenido durante las etapas de infancia-adolescencia y en nuestras propias manos (normalmente en una mano) un auténtico libro prohibido: la revista Playboy. Ese, quizás, ha sido el primer libro prohibido que ha poseído el ser humano (normalmente un varón).

Algunos lo han tenido a edades muy tempranas, ocho o nueve años, sin apenas darse cuenta del valor de esas páginas (valor siempre venido a pares, y con muy buenos pares). Otros han tardado un pelín más, a los doce o trece. Y los más conservadores, a los dieciséis o diecisiete. Pero lo que sí es seguro es que antes de la mayoría de edad, el niño ya se ha hecho más de una sesión de zambomba.

Al tratarse de un libro prohibido, el ejemplar obtenido del hermano mayor de un amiguito tuyo o de cualquier otro adulto, debe estar oculto a ojos de los demás. Sobre todo, a ojos de tu familia. En el baúl junto a la ropa, debajo de la cama, en la estantería escondido tras los 12 tomos de la enciclopedia, en un cajón lleno de posters de Pamela Anderson,… Bueno, mejor cambiar los posters de Pamela por los de Doraemon y Pau Gasol. Cualquiera de estos sitios puede valer como escondite de tan preciado objeto de deseo.

Al igual que hay que saber dónde esconderlo, también hay que saber cuándo es el momento oportuno para sacarlo y leerl… Bueno, más que leerlo, para verlo. Que yo sepa, nunca hasta ahora se han leído tales partes de la anatomía femenina.

A lo que íbamos: tu casa debe estar vacía de gente. Y estate seguro de que nadie va a llegar de improvisto a husmear. Porque si tu vecina viene a por azúcar, y te ve empalmado, puede que te diga que además de azúcar le des un empujoncito. Si tu vecina está buena vale, pero si es como Carmen de Mairena… Te ahorras el mal trago y la bajada de mástil.

El lugar predilecto para abrir las páginas de Playboy es el baño. Te bajas los pantalones, te sientas en el trono casero y a contemplar bellezas. Y cada vez nos vamos animando más, y más, ¡¡¡y más!!! Llegas a un punto crucial en que el libro te engancha de tal manera que ya no puedes parar. ¡Joder, es el mejor libro que ha pasado por tu mano izquierda! El sugerente comienzo, los personajes tan atractivos y reales, los giros y diferentes posturas y salidas de la historia, los diálogos tan escuetos y directos, ¡la incesante acción! ¡el triunfo del amor! ¡El libro está del copón!

Y cuando ya estás llegando al final, cuando todo está a punto de resolverse, cuando estás a las puertas de alcanzar el clímax del relato,… Tu padre aporrea la puerta del baño y te dice que te des prisa, que se está jiñando, y el libro prohibido vuelve a estar oculto entre las toallas de un cajón. Lo peor de todo es que te han dejado sin el apoteósico final. Y eso te duele, aunque más que doler, deprime. Pero no importa, otra vez será. Lo malo de todo es que tu padre una vez dentro del baño, descubra la revista… y el final lo remate él. La depresión ya es absoluta.


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