jueves, 10 de febrero de 2011

Nadie conoce a nadie

Nadie conoce a nadie ha sido una película que dio mucho que hablar en su momento, a raíz de lo sucedido en la Semana Santa de Sevilla en el año 2000, en la esperada madrugá, donde se produjo un caos de miles de personas desesperadas y atacadas de los nervios corriendo por las calles de la capital hispalense como si huyeran de un asesino en serie o de una manada de zombis. Una escena idéntica como ocurre en el final de la mencionada película estrenada en España en 1999, y que trata sobre los peligros en los juegos de rol.

Aunque la fama de Nadie conoce a nadie, a decir verdad, viene de mucho antes. Del relato en que se basó la obra dirigida por Mateo Gil. Relato escrito por el autor jerezano Juan Bonilla y que está recopilado en su antología que lleva por título El que apaga la luz, publicada en 1994. Varios críticos literarios lo consideraron como uno de los mejores libros de relatos de la literatura castellana del siglo XX, por lo que tuvo una gran repercusión y éxito entre los lectores españoles e hispanoparlantes.

Después, vino la peli protagonizada por Eduardo Noriega, el terrible suceso en la Semana Santa sevillana y los dedos acusatorios sobre la historia de Bonilla llevada a la gran pantalla. Ya hablé en este blog de un caso parecido ocurrido con una novela de Stephen King llamada Rabia (http://emcharos2002.blogspot.com/2009/11/libros-prohibidos-6-rabia.html), donde un libro o una película terminan pagando injustamente los platos rotos en lo referente a un crimen o acto vandálico. Como si la novela o la cinta de video en cuestión tuvieran piernas y manos para llevar a cabo tales fechorías. ¿O tal vez tengan poderes para hipnotizar a la gente y así puedan cometer asesinatos a través de una persona?

Ni las películas, ni los libros, ni las canciones tienen por fortuna ese poder ni esa conciencia que sí posee el ser humano, libre a la hora de obrar de una manera o de otra. Es más, creo que no hay mejor ejemplo que el de Nadie conoce a nadie para hacer apología de que nunca hay que mezclar la ficción con la vida real. Así que dejemos ya de atacar a ficciones e historias imaginarias y enfrentémonos de una vez por todas a la cruda realidad, o lo que es lo mismo, a la cruda sociedad.

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