viernes, 18 de febrero de 2011

Los escritores visionarios

Supongo que pocos escritores, por no decir casi ninguno, se han puesto a pensar mientras estaban escribiendo una novela o un relato que aquella historia pasaría realmente dentro de unos cuantos años. Que se estaban adelantando a un hecho del futuro con sus escritos. Con sus descripciones tan detalladas de elementos tan inverosímiles por aquella época. Hablamos del siglo XIX. Un siglo que vio nacer a dos auténticos escritores del futuro. Dos escritores visionarios.

El más famoso de ellos no cabe duda de que se trata del considerado padre de la ciencia ficción, el autor francés Julio Verne. Ningún escritor como él predijo con tanta exactitud en sus novelas los inventos que la mano y la mente del hombre consumarían en el siglo XX. Clásicos literarios son sus libros Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, 20.000 leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días. En ellos, Verne nos habla de cohetes espaciales, submarinos, helicópteros, misiles dirigidos, imágenes en movimiento, aire acondicionado,… Un contenido propio tratándose del género de ciencia ficción de aquellos años, pero que muy pocos pensaban en aquel tiempo que tales inventos narrativos de Verne pudieran convertirse en reales en el siguiente siglo. Pero sí, se convirtieron de ficción en realidad para asombro de muchos, demostrándose las dotes de profeta del célebre novelista francés.

El segundo escritor visionario que vamos a tratar nació en Estados Unidos. Se llamaba Morgan Robertson, un autor que no cosechó en su época el mismo éxito que Julio Verne. Sin embargo, Robertson pasó a la historia muchos años después gracias a un relato que publicó a finales del siglo XIX, en 1898. Esta es su sinopsis: una noche de abril, un navío gigantesco, dotado de tres hélices, con capacidad para tres mil pasajeros, de ochocientos pies de eslora y setenta mil toneladas de desplazamiento, naufragaba dramáticamente al chocar contra un iceberg. El nombre del navío era Titán.

Catorce años después, un popular trasatlántico británico naufragó en su viaje inaugural en abril de 1912, tras chocar con un iceberg. Aquel imponente barco contaba con tres hélices, transportaba a más de dos mil doscientos pasajeros, medía ochocientos veintiocho pies y su peso era de sesenta y seis mil toneladas. Su nombre era Titanic. Como habréis podido comprobar, son muchas las coincidencias de esta catástrofe con el relato de Robertson. El autor estadounidense falleció en 1915, y tanto él como Julio Verne jamás llegaron a vislumbrar sus escritos futuros en la vida real. Aunque a ellos les daría igual, porque de todas formas ya habían estado allí mediante la magia de la literatura.

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